EL ARTE DE GRACE

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jueves, 18 de febrero de 2010

"El adulto es una ilusión del niño" . S.Freud

Foto sacada en la estación de Bolívar

Hablando de entrevistas y entrevistadores, aquí está un excelente reportaje realizado a Symns por "el chino" Castro, extraído del diario "La Mañana" (online) de Bolívar:


05/2009 Diario La Mañana de Bolívar Información General ENTREVISTA EXCLUSIVA CON EL CREADOR DE CERDOS & PECES Y MONOLOGUISTA DE LOS REDONDOS (última parte)

El Diablo sabe por Symns

En esta última parte, Enrique Symns despotrica contra el rock argentino, admite que extraña al Indio Solari y que le llevó años elaborar su ruptura con Los Redondos, ofrece una versión nunca aceptada por la historia oficial sobre la muerte de Luca Prodan y habla de su literatura, sus escritores favoritos y su relación actual con las drogas. Alerta contra toda moral, el agitador ideológico no detiene su marcha.

De todos modos, ser Enrique Symns te da poder: tenés prestigio y muchos lectores. ¿Qué hacés con eso?
-Sí. Mirá, con la angustia que te da la vida, es un premio a veces andar por la calle y que un flaco me abrace, que una chica me quiera besar. Es una recompensa. Yo no elegí ser Enrique Symns, pero en un momento determinado lo tuve que asumir. Y eso es formar parte del campo legendario: Enrique Symns me obligó a ser Enrique Symns. Vos cuando cantás un poema, tenés que ser el poema que cantás, cosa que los músicos no hacen. ´Voy en un tren´, dice el Indio (Solari), ¿qué va a ir en tren? Yo nunca abandoné la calle, he vivido en las pensiones peores, entre los malandras. Siempre he estado siguiendo mi palabra, mi discurso, en contra de todo. Y me siento extraordinariamente poderoso; solo, con mucha soledad, por supuesto. La soledad es el peor enemigo, es muy difícil la soledad. No digo vivir con una mujer, o con un amigo. La soledad quiere decir que hablás sólo con vos. Te encontrás con los amigos, vas a tomar un trago y no hablás de nada.

Mencionabas al Indio. En Blues de la artillería, una canción de Los Redondos que habla de vos (Héroe del whisky también habla de él), dice que cabe todo lo tuyo en una maldita valija. A vos eso te enorgullece.
-Para mí es un halago. Que todo lo mío cabe en una sola maleta, es el mejor elogio que he recibido.

¿Y te gusta ese tema, o sólo el elogio?
-Me gusta el tema, pero lo que me dice a mí es mentira. Qué sé yo, me acusa de dealer, me dice que el sabor del barrio me sale mal, un carajo, si yo estuve siempre en la calle, aunque él nunca lo supo.

Sin embargo, conservás cierto cariño por el Indio.

-Sí. Sí. Es terrible, porque es como una mujer que amaste. Por más que la odiaste después, la recordás igual. Pero él es un cobarde, es un hombre muy débil.

¿El Indio es débil? Contrariamente a la imagen que quiere dar, o que da.

-¡Pero si vive en su quinta, con guardaespaldas con escopetas (se enoja)! No puede andar en la calle, no sé. No es miserable. Los Redondos fueron una tragedia en mi vida. Viste, fue como una mujer que te abandona y te rompe la vida, fue algo muy parecido. El rompimiento con ellos fue muy doloroso, me duró muchos años (deja de hablar, se corta).

¿No lo viste más?

-Al Indio nunca más... A Skay y a Poli cada tanto los encuentro y los humillo, les recito un poema que invento, y le digo a Skay: ´¿cuándo vas a aprender a hacer una canción?´. Porque es una bestia, no sabe hacer una canción, cree que hacer una canción es imitar al Indio.

¿Y del rock de hoy rescatás algo?

-El rock ahora es exclusivamente sajón. Todas las grandes bandas del mundo están en Inglaterra. Si tenés que decir las veinte mejores bandas, desde Portishead, hasta Tool, no sé, Rage Against The Machine… Como decía un filósofo amigo mío: piensan los alemanes, escriben los yanquis -y es cierto, son los mejores narradores- y hacen música los ingleses. Nada más. El rock sudamericano, español, es malo. No podés hacer un Lou Reed, no podés hacer una canción que termina hablando de Perón, es una porquería, es un verso antiguo. Y ni siquiera son poetas. Además, nadie canta a la calle. Las letras de Lou Reed, de Tom Waits, de Leonard Cohen, son extraordinarias.


¿Acá no hay nada que valga la pena?

-No, no hay nada. Yo no escucho nada, bah, no sé. Hay bandas que están improvisando pendejos nuevos, que no cantan. Pero sobre todo, no hay rock sinfónico; son todos esclavos de la canción porque nadie tiene talento como para hacer una variación y escaparse de esa celda estúpida... Y todos sacan un disco por año, y tienen el síndrome Santatoalla (por Gustavo Santaolalla), que es convertir una canción hermosa en una salchicha hedionda.

Claro, son todas las canciones iguales. ¿Luca (Prodan) qué haría hoy?

-No lo sabemos. Antes de morirse (falleció en diciembre de 1987), yo vi a Luca en Mundo Varieté, unas semanas antes. Estaba podrido de Sumo, y había formado una banda que se llamaba Luca y Los Apestosos, algo súper punk. Ya estaba muy loco, se estaba inyectando. Se murió de una sobredosis.

Que a eso la historia oficial no lo cuenta así. La historia oficial dice que Luca padecía cirrosis, nunca se admitió públicamente que hubiera vuelto a consumir heroína...

-No, no lo admiten nunca. Fue homicidio simple, además, por eso lo taparon. Lo mató la novia picándolo, un homicidio. No cumplís condena, por ahí, pero es un homicidio.


¿Pero artísticamente qué haría hoy? Se hubiera vuelto a ir, tal vez.

-No sé, estaría podrido, como todos, estaría corrupto. El dinero es un veneno.

A tus libros los elogian los medios que vos criticás, como Clarín. ¿Cómo te llevás con eso?

-Sí, Clarín me hizo una crítica espectacular de El señor de los venenos, me hizo una crítica muy buena de Big bad city. Y este año voy a publicar un par más de libros. Me puse a escribir libros porque como el periodismo no me llamaba... No tenía laburo, entonces me convertí en escritor a los sesenta años casi.

¿Pero cómo te llevás con el elogio de Clarín?

-Sí, está bien. Sí. El señor de los venenos es un libro espectacular. Era necesario que se escribiera un libro así en este país, y yo sabía que era el primero que lo estaba haciendo. En este país se vive del pasado, toda Sudamérica vive escribiendo sobre la dictadura, sobre los indios, sobre Perón. Bueno, si no sos peronista en este país, no sos escritor. En cambio un libro de la ciudad no había, y yo escribí el mundo en el que había estado, y sigo haciendo eso. Mi próximo libro también será así.


¿Seguís leyendo mucho?

-Sí, pero menos. Sigo leyendo a los nuevos. La literatura es cada vez más sajona. Hay escritores alemanes muy buenos. Pero los escritores están en Europa y en Inglaterra, en Sudamérica hay muy pocos. Está Caicedo (Andrés), que se suicidó, el colombiano. Y acá hay algunos, uno que escribió El origen de la tristeza, que no me acuerdo como se llama (Pablo Ramos), es un escritor de la concha de la lora...


¿Y hoy con las drogas, qué relación tenés?

-Me alejé, pero... Sigo siendo un disidente, yo sin drogas no creo que se pueda vivir. Escohotado (Antonio, ensayista y profesor español que investiga sobre las drogas) dice que hay dos clases de consumidores: los que las consumen para escaparse de la realidad, y los que las consumen para volver a la realidad. El disidente toxicológico, que soy yo, se ha dado cuenta que esto no es la realidad. La primera vez que fumé marihuana y tomé ácido, descubrí la realidad. Realidad quiere decir ´orden del rey´, el rey dice qué es la realidad. Desde ese momento me he convertido en un defensor del consumo de drogas, y he tomado drogas toda mi vida; cada tanto vuelvo a tomar cocaína, que es mala (la calidad) la que hay ahora. Pero estoy enfermo de diabetes, entonces me cuesta más.


Para terminar: ¿qué es un duende? Vos decís que hay que tratar de ser un duende, que si dejás de serlo, te moriste.

-Vamos a decirlo así: yo veo a un niño, y veo un duende. Y yo toda mi vida he sido un niño, nunca dejé de ser un niño. Me disfracé de adulto, la gente hablaba de coger y yo no sabía ni lo que era, les gustaba el fútbol, bueno, a mí no. Yo era como un extraterrestre, que es ser un duende. Simulás todo, sos como un psicópata. Yo miento todo, no amo, no sé lo que es amar. Bueno, grito un gol porque hay que gritarlo, voto porque hay que votar. Pero soy un pensador. El hombre que piensa... pensar es traer problemas al mundo. Pensar es destruirte. Comprender lo que es el universo, ya estoy cerca, porque ya los científicos están cerca de saber lo que es. Esto es nada más que un video, la velocidad de las cosas es tan grande, que en realidad parece todo real, pero aunque no se note, te das cuenta que no sos nada, que sos como un dibujo animado.


“Lo peor que te puede pasar, ¿sabés qué es lo peor que te puede pasar? Ser normal”
, dispara Enrique Symns en el final de la entrevista con este medio, un sábado de otoño a la noche, en el café Surprise y sin fans que se acerquen a pedirle autógrafos o a tomarse fotos, como le ha de ocurrir en Buenos Aires. Antes, cuando llegó y me tendió con amabilidad su mano de dedos largos y flacos, este viejo que se define como un niño disfrazado de adulto me dijo que una ciudad se conoce por sus personajes, mejor aún por los tipos que transitan las cornisas (sociales, psicológicas, físicas).

Me habían advertido alguna vez que por momentos era intratable. Y confieso que asistí a la cita con cierta carga nerviosa, mayor a la habitual, a la que es necesaria para no relajarse de más. La enorme figura de Enrique Symns me despertaba una gran curiosidad, pero también me puso en guardia, como si hubiera operado una señal secreta, desde el momento en que supe de su viaje a Bolívar. Sin que haya sido un proceso consciente, ese jueves a la noche activé los mecanismos intelectuales a mi alcance para armarme una defensa contra la casi segura hosquedad del viejo Symns, que acaso haría la nota de mala gana y vaya uno a saber en qué estado emocional y físico.
Sin embargo, el hoy cronista del diario Crítica resultó un tipo amable, sereno, que respondió siempre mirando a los ojos, que jamás aplicó el piloto automático, a pesar de que en algún punto está devorado por su propia leyenda, y eso lo torna un tanto previsible.

“¿Ese es? Tiene cara de interesante”, marca Enrique refiriéndose a Juan Alberto ´Chango´ Odera, que lo mira extrañado desde la barra del bar, mientras de fondo suena un pop masticable made in ochentas y unos pocos parroquianos calman su pena royendo las primeras horas de una noche aún de tímidas luces.
Alguien le mencionó a Odera como personaje de la ciudad, y entonces lo convoca a la mesa para entrevistarlo, una vez liquidado el reportaje con este diario.
Cuando me voy del bar, Enrique se queda con el ´Chango´, que le dice algo de la época en que realizó la conscripción (¿no se habrá salvado por bajo peso?), hace muchos años ya.
Antes de doblar en la esquina, me doy vuelta para volver a saludarlo, para llevarme un último registro de este irrepetible especímen que hace mil vidas flasheó con On the Road (Jack Kerouac, 1957) y se lanzó a curtir la complejidad del mundo.
El viejo me guiña un ojo.
No sé si volveré a verlo alguna vez.
Pero una cosa es segura: jamás olvidaré al viejo Symns.

Dientes
,
Enrique Symns acaso se dio cuenta de que el mundo es un gran puré, un picadillo o, mejor, un infinito paté elaborado con el hígado de los sensibles.
Por eso en su boca ya no quedan dientes: no los necesita.

Sus dientes están en el alma. ¿Dónde, si no?


José Castro

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