EL ARTE DE GRACE

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jueves, 21 de marzo de 2013

Así comienza el Otoño




Cuando (me) suceden estas cosas, como lo de Debussy, no puedo dejar de rebelarme, porque después de todo es mi condición humana. Sería cósmicamente correcto tomarlo con la sabiduría de un alma elevada, presentando algo asi como una imagen de resignación ante la ley natural intrínseca de la existencia, como un desapego a la materialidad del mundo. Sin embargo no es así, y siempre ante estos sucesos no puedo evitar sentirme identificado con la hermosa Elegía de Miguel Hernández, poema musicalizado por Serrat, que dice:   



ELEGÍA


(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería).


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
                                           
                                                                                                                                                                              10 de enero de 1936

 

Miguel Hernández

El rayo que no cesa (1934-1935)

Miguel Hernández (1910-1942) escribió tal vez la más grande elegía funeral de la literatura española contemporánea, dedicada a Ramón Sijé (un anagrama del nombre y del primer apellido de José Ramón Marín Gutiérrez, nacido en Orihuela el 16 de noviembre de 1913) el amigo con el que había mantenido una relación estrecha desde los primeros años. 
Los dos nacidos en Orihuela, establecen amistad en la infancia, pero es en su adolescencia cuando el vínculo que les une se hace más fuerte.
Las tertulias de “los poetas del horno” hacen que los dos jóvenes vean que hay muchas cosas que comparten en común. 

Ramón había ayudado a Hernández en sus primeros tiempos poéticos y además le ayudó a buscar editor en Murcia para publicar "Perito en lunas" (1933), cuyo prólogo es de Sijé, más los poemas que Ramón le publicó a Miguel en todos los números de la revista neocatólica "El Gallo Crisis", fundada y dirigida por él mismo.
Sin embargo gradualmente se  fueron separando, e incluso comenzaron a surgir diferencias en sus concepciones tanto poéticas como políticas.
El poeta en 1930 se marchó a Madrid donde trabajó como colaborador de José María Cossio en "Los toros” y se relacionó con los poetas de la generación del 27: Pablo Neruda, Rafael Alberti, Luis Cernuda y otros. Es en este contexto  en el que se produce la muerte de Sijé el 24 de
diciembre de 1935 (a las 23 hs), a la temprana edad de 22 años a causa de una septicemia al corazón. 

La noticia le llegó a través de Vicente Aleixandre. En una carta a Juan Guerreo Ruiz dice “He llorado a lágrima viva y me he desesperado por no haber podido besar su frente antes de que entrase en el cementerio…”.
Así Miguel, enterado el 26 de diciembre de tan infausta noticia e instalado en un pequeño cuarto de una pensión madrileña, recordando al amigo y compañero con el que inició su camino en la aventura literaria, comenzó a escribir la Elegía precipitadamente, terminada en tan sólo 15 días.
"El Rayo que No Cesa" se encontraba ya en la imprenta y Miguel pidió parar la edición para incluir la Elegía en el libro como dedicatoria a su amigo.
La Elegía de Miguel Hernández ha sido considerada por los expertos como un poema de remordimiento y de reconciliación espiritual, concebida a modo de túmulo, que ha quedado como ejemplo de fraternidad y de magnificencia poética.


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